Viniste a iluminar tiempos oscuros y aquí sigues alumbrando desde entonces nuestras vidas.
Tu luz es firme y segura. No eres una estrella fugaz que cruza el firmamento en un instante y desaparece sin dejar rastro. Tampoco eres una Supernova que deslumbra y estalla en el firmamento pero su resplandor se apaga hasta consumirse por completo.
Eres como las estrellas amarillas que calientan galaxias y se transforman para seguir luciendo, para formar nebulosas, para dar vida.
Sin que nos demos cuenta siempre estás ahí, iluminando lo oculto, descifrando enigmas, aclarando nuestras dudas, señalando caminos que ni siquiera habíamos visto.
A veces pareces fría y distante, como las estrellas, pero sólo es apariencia porque cuando te acercas notas el calor de tu afecto tranquilo y confiable que perdura sin alterarse, sin grandes aspavientos.
Si no fuera porque te vimos nacer, creeríamos que procedes del pasado, de los tiempos antiguos en los que el mundo era más sabio y más lúcido, tiempos en los que la reflexión era la norma y mirar al firmamento la mejor poesía.
Nos sentimos afortunados de tenerte en nuestro firmamento y sólo deseamos que sigas brillando para nosotros.
Para mi hija María que el 9 de marzo ha cumplido 18 años.