martes, 6 de diciembre de 2011

ANIMALES

En mi casa convivimos con un perro y con un gato. 
Fue algo que aceptamos sin poderlo discutir, rechazar, ni siquiera opinar. En realidad opinión si que teníamos ya que  tanto Paco (mi marido) como yo, nunca quisimos animales en casa.
Bueno tuvimos un pez, uno normalito ni tropical ni nada de eso, que metimos en una pecera redonda y que un día amaneció panza arriba lo que nos confirmó en nuestra opinión de que los animales viven mejor en su medio natural y no en una casa del barrio de Moratalaz.
Pero un día llegamos a casa y encontramos un chucho que según mi hijo era el regalo de cumpleaños para su padre. ¿Se puede ser más cínico? yo creo que no, pero esa es la versión que tuvimos que asumir. Paco se plantó y dijo que se llevara al perro inmediatamente, que no quería que se quedara en casa. Pero yo me enternecí y dije: - "que se quede esta noche y mañana se lo lleva". Desde aquella frase lapidaria han pasado algo más de ocho años   y Reck, que así se llama nuestro perro, es uno más de la familia.  
Los primeros tiempos fueron difíciles, mordisqueaba todo lo que caía en sus fauces y cuando se quedaba solo  en casa organizaba grandes estropicios. Todos sabíamos que se vengaba de sus dos dueños,  padre e hijo,  destrozando  alguna  de sus pertenencias. Mi hija María y yo permanecíamos al margen pues la guerra no iba con nosotras.
También tuvimos algún susto y preocupación con sus escapadas nocturnas que normalmente se producían cuando estábamos pasando el fin de semana en el pueblo. Si se hacía de noche y tardaba  en volver, salíamos al porche y le llamábamos o recorríamos los alrededores para ver si lo encontrábamos. A veces nos daba la madrugada esperando su vuelta, como padres con hijos adolescentes , hasta que oíamos rascar en la puerta y le dejábamos entrar. El perro con la cabeza gacha y el rabo entre las piernas sabiendo que le iba a caer una buena, yo respirando aliviada de que llegara a casa sano y salvo y Paco regañándole y amenazándole con no soltarle nunca más.    Lo que os decía uno más de la familia.
Lo del gato es otra historia.  

miércoles, 2 de noviembre de 2011

HISTORIAS DE MIEDO

Hace mucho tiempo, cuando yo era pequeña, en los pueblos de Castilla, Galicia y otras zonas del norte de España, cuando llegaba el mes de noviembre se celebraba la fiesta de las ánimas.
La noche del 1 de noviembre, día de todos los santos, la chiquillería preparaba sus armas para una noche de sustos y bromas. Los más afortunados disponían de calabazas que, previamente vaciadas, se convertían en unas cabezas terroríficas sobre todo cuando se les colocaba dentro una vela cuya luz titilaba detrás de unos ojos y boca recortados en la cáscara.
Los que no disponíamos de calabazas, buscábamos por  casa las cajas de zapatos y galletas que con mucha maña y arte transformábamos en calaveras de cartón.
Pertrechados y ocultos tras las sábanas sustraídas del baúl, sin que nuestras madres se enteraran, recorríamos las calles, ya oscuras de por sí, haciendo un desfile de velas y proporcionando sustos y sobresaltos a los pocos viandantes que nos encontrábamos.
Luego en la casa de alguna vecina especialmente quisquillosa, colocábamos la calabaza iluminada y llamábamos a la puerta con golpes huecos y espectrales.
La desbandada era total cuando, ante los golpes, la vecina salía  a la puerta y, gritando, nos lanzaba amenazas a cual más terrible. La peor de todas era que nos había reconocido y que nuestros padres se enterarían de tamaña gamberrada.
Cuando todo volvía a la calma, recogíamos entre risas y susurros los  restos de la calabaza que, en lugar de nuestros traseros, había recibido una patada certera que desmontaba todo el tinglado de su interior.
Y seguíamos nuestra macabra y divertida procesión  hasta encontrar un nuevo destino para nuestras bromas nocturnas.

Todo esto ocurría cuando América era sólo un continente que había descubierto Colón, mucho antes de que los españoles perdiéramos la memoria  y nos convirtiéramos en ese pueblo moderno y globalizado que celebra la fiesta de Hallowen y, sin ningún sentido del ridículo, dice “truco o trato”.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Las musas

Mantengo desde hace tiempo una discusión con mi hija. En realidad mantengo varias pero ésta a la que me refiero tiene que ver con su deseo de ser escritora.
Tenemos opiniones diferentes, contrarias, respecto a qué es la inspiración y cómo nos llega. 


Para mi la inspiración es producto del trabajo y la constancia, de escribir y volver a escribir, de depurar, limar y corregir los textos que uno produce. 
Alguien - es un autor famoso, pero no recuerdo quién- dijo que procuraba que la inspiración le pillara trabajando y yo coincido con su afirmación porque las buenas ideas pueden surgir en cualquier momento, pero plasmarlas y que se conviertan en un texto es producto de la elaboración y el trabajo.


Sin embargo para María la inspiración es ese soplo que llega en un momento y que te obliga a ponerte a escribir estés donde estés, produciendo en un instante algo cercano  a una obra maestra. Hasta que no llega hay que estar tranquilos, relajados y no hay que esforzarse por crear algo que puedes realizar mucho más fácilmente cuando nos invade  la bendita inspiración.


Si le muestro la  convocatoria de un concurso de poesía, relatos, novela o similares me mira un poco irritada y me dice:
 - Tere, ya sabes que yo así no puedo escribir, tengo que esperar a estar inspirada. 
En ese momento imagino a una dama ligeramente entrada en carnes,  vestida con unos tules semitransparentes y con un arpa en la mano que se llega hasta la habitación de mi hija para colocársela encima de la cabeza y soplarle al oído esas maravillosas frases que luego escribirá.  


Reconozco que he estado un "pelín" irónica al explicar su posición en este debate, debe ser la envidia porque escribe mucho mejor de lo que yo lo he hecho nunca.


Nota aclaratoria.-
 Este texto es producto de mi teoría, sólo se puede escribir cuando nos ponemos a hacerlo. En este caso la musa ha sido Nuria que con su comentario, que no había leído hasta ahora, me ha animado a redactar este escrito.   

miércoles, 13 de julio de 2011

Mala memoria

Siempre he presumido de buena memoria y creo que la tengo,  sin embargo soy incapaz de recordar dónde pongo las cosas.  

Se da la contradicción de que puedo rememorar  con exactitud un viaje, una situación concreta,una acción determinada pero no puedo encontrar las llaves de casa, la factura del teléfono, el libro que estoy leyendo o el telefono móvil que para más "inri" siempre tengo en silencio.

Cuando me sucede una de estas pérdidas me transformo en un ser nervioso, agitado y bastante irracional. Pongo a toda la familia en estado de alerta y deambulo por los lugares donde presumo que puedo haber dejado el objeto perdido, repitiendo frases  tales como "soy un desastre", "qué he podido hacer con..." "yo lo había dejado aquí, etc. 
Mi gente que me conoce y ha pasado por esta situación centenares de veces, me sigue por la casa repitiéndome que no me preocupe, que seguro que aparece, que estará donde menos lo imagine y que no puede haber desaparecido por la sencilla razón de que en mi casa no tiramos nada,... sólo es cuestión de paciencia y a veces de olvidarse de que lo estamos buscando.

En este momento tengo extraviado un abanico que seguro encontraré cuando el verano esté llegando a su fin y ya no lo necesite para aliviar estos terribles calores que sufrimos en Madrid durante el mes de julio. He tenido desaparecido el carnet de identidad que he encontrado casualmente en una cartera de mano olvidada en un cajón ¿cómo ha llegado hasta allí? Pues claro que lo recuerdo perfectamente, estuve probando los distintos bolsillos de la cartera para decidir si la cambiaba por la que utilizo en este momento y allí quedó incorporado mi DNI hasta que la casualidad o un recuerdo fallido me volvió a llevar hasta el cajón.

Pero todo tiene su lado bueno, esta entrada  se ha producido gracias a que, durante quince minutos histéricos, no podía encontrar la tarjeta donde tengo apuntada la contraseña para acceder a mi blog. Suerte que tengo esta mala memoria.

lunes, 6 de junio de 2011

Viejas amigas

Hace unos días asistí a un encuentro de "viejas amigas".  
La verdad es que lo único verdadero en el título era lo de viejas, porque amigas, amigas ,lo que se dice amigas, cada vez lo somos menos. 
En realidad se trata de encuentros programados para comprobar como nos va la vida a cada una y observar con envidia o alegría , dependiendo del caso, lo bueno o malo de nuestras existencias, de nuestros  trabajos, de nuestras familias, de nuestra talla y en esta última ocasión de nuestros hijos.
Nos quejábamos, por turno, de la desidia de nuestros hijos adolescentes,  de como invaden el espacio común sin intentar compartirlo y mucho menos adecentarlo, de su visión antropocéntrica del mundo y de la casa hasta el punto de que todo gira alrededor de su  necesidades y exigencias, de su diferente vara de medir dependiendo de si el tema se refiere a su vida o a la de los demás,... en fín nos deshahogabamos compartiendo parecidos problemas y nos consolábamos con el mal común hasta que una de las integrantes del grupo lanzó una piedra en el estanque de la conversación que no sólo provocó ondas sino verdadero oleaje.
Nuestra querida amiga, cuyos hijos  rozan la temida edad,  nos aleccionó sobre cómo debemos educar a los nuestros para que no caigan en semejante estado de laxitud y desorden, nos hizo reflexionar sobre nuestras culpas y sobre la responsabilidad que tenemos en la conducta de nuestros hijos, nos animó a buscar el pecado original, aquel fatídico momento en que fallamos como madres y convertimos a nuestros pequeños  obedientes y encantadores en unos mosntruos egoistas y desordenados.

Intentamos justificarnos, salvar la situación con explicaciones que no la convencieron en absoluto, así que optamos por un silencio prudente que en nuestro interior se traducía en un refrán español que dice "arrieritos somos ...". 

Lo mejor de todo es que los niños crecen  y tendremos que volver a hacer un reunión de viejas amigas en un futuro no muy lejano para seguir hablando de este interesante tema.

sábado, 14 de mayo de 2011

Siguiendo tendencias

La mayor parte del tiempo no me gusta el "look" de mi hijo pero, como soy una madre tolerante y moderna, intento que se me note lo menos posible e incluso hago el esfuerzo de adaptarme.
El problema es que en cuanto he conseguido no sorprenderme cada vez que me encuentro con mi hijo en el pasillo con una cresta rubia,  él decide  ponerse, tatuarse, teñirse, o  perforarse y de nuevo me tengo que acostumbrar a su nueva imagen.  

La verdad es que la cosa empezó bien. Más o menos hacia los catorce años empezó a dejarse una melena larga, que me encantaba.Tuvimos que oír algunos comentarios familiares del tipo "por qué no se corta el pelo" "lo guapo que estaría con el pelo corto" pero nosotros, su padre y yo,  le defendíamos a capa y espada.
El pelo siguió creciendo y yo me sentía orgullosa de aquel pelo largo y liso que llevaba siempre limpio y cuidado.  Quedaba poco para que se iniciase  la gran transformación. 

Era el momento de mayor furor en acumular pendientes en las orejas, especialmente masculinas y aunque logramos que llegase a los 16 con sus pabellones auriculares intactos, fue cuestión de tiempo y yo que no había perforado las orejas ni siquiera de mis hijas, estaría bueno, tuve que ver como mi hijo se hacía no uno, sino unos cuantos agujeros en ambas orejas y soportar impasible que se colocara en ellas no sólo pendientes, sino imperdibles, aros de dudosa procedencia, vástagos de acero y similares.
Al mismo tiempo se cortó el pelo, se rapó, y se dejó una cresta que no puedo decidir si me gustaba menos cuando se la enjabonaba y subía un palmo por encima de su cabeza o cuando la llevaba aplastada y caía cual cola de gato por delante de su frente.
De nada sirvieron los comentarios del tipo "pero hijo con el pelo tan bonito que tenías" o "se te va a infectar ese agujero parece que la oreja está muy roja" incluso algunos más agresivos " a mi esa estética me recuerda a los nazis" . 

También la ropa fue cambiando y pasamos a una especie de uniforme que consistía básicamente en pantalón negro y camiseta negra adornada, eso sí, con mensajes ilustrativos como  "de Madrid al infierno" y lindezas similares. El calzado eran botas grandes y pesadas y todo acompañado de cinturones con bastante chatarra.

Quedaba lo mejor, los tatuajes. Recuerdo especialmente el primero que le ocupaba, le ocupa, toda la pantorrilla de su pierna izquierda. Era un dibujo geométrico y yo debí poner cara de ¿qué es esto? pero mi hijo inmediatamente me ilustró: es un dibujo maorí. Repasando mi árbol genealógico no he logrado encontrar ningún pariente neozelandés ni australiano pero es posible que tengamos con este pueblo unos lazos espirituales que yo desconozco y que mi hijo ha descubierto.

No quiero aburriros repasando la multitud  de cambios que han sucedido hasta los 26 años que tiene ahora. Nuevas perforaciones, algunas no he querido ni preguntar donde las lleva, cortes capilares variopintos, tiene uno muy bueno en que se rapa y se dibuja una tela de araña en el rapado ¡¡ increíble!! pero cierto. Más tatuajes algunos en lengua inglesa , todos muy elaborados y artísticos. 
En este momento, sin abandonar su gusto por los tatuajes, está en un periodo de transición evolucionando  hacia lo deportivo. Predominan las zapatillas, los pantalones piratas tipo ciclista y las camisetas de colores discretos, de una conocida marca deportiva.  

A veces  y a pesar de lo tolerante y moderna que soy, me encuentro pensando igual que mi madre y digo para mí " lo guapo que estaba este chico con el pelo corto". 

sábado, 7 de mayo de 2011

Mis hijos molan

Supongo que este mismo sentimiento lo tienen todas las madres del mundo. Se trata de esa sensación maravillosa de admiración y amor que uno siente por sus hijos la mayor parte del tiempo. 
Digo la mayor parte, porque hay momentos en  que uno los aborrece y se pregunta de qué extraño lugar habrán salido esos energúmenos que contestan con un gruñido cuando les saludas por la mañana,  que te recuerdan con insistencia que no tienen colacao para desayunar o que discuten interminablemente para decidir a quién le toca poner la mesa.

Pero el resto de las horas, minutos y segundos les adoramos y se nos cae la baba cuando hacen un comentario inteligente o cuando nos dan un achuchón o cuando, cada vez menos, nos piden consejo, aunque sea para a continuación hacer lo contrario de lo que sugerimos.  
Tiene que ver con la experiencia de ser madre o padre y resulta difícil de explicar a los que no se encuentran en esta situación. 

Es asistir en directo y en primera fila a la experiencia de crecimiento de un ser humano, acompañarle en sus primeras palabras, sus primeros pasos, sus primeras decepciones, sus primeras sorpresas y  sentir que al acompañarles tu también creces de nuevo con ellos. Y vuelves a maravillarte al ver tu sombra reflejada en la pared, y al descubrir un insecto que se mueve en la luz y al observar un charquito en la acera, y ... la realidad vuelve a ser nueva y maravillosa como si la estrenaras cada día.
Vuelves a ponerte nerviosa el día que toca examen y repasas tas tablas y con dificultad recuerdas el sistema periódico. Esperas con impaciencia a que vuelvan si han salido con los amigos y se te encoge el estómago cuando viajan. Te emocionas si les ves enamorados y te indignas cuando sufren una injusticia.
Charlas y discutes con ellos, convives y peleas, pactas y exiges, agotan tu paciencia y ponen a prueba tu sentido de la justicia. Mil veces les amenazas y mil veces transiges, juras que sera la última vez y sólo será una más.

Pero la mayor parte del tiempo uno  siente que el amor te inunda cuando piensas en ellos  y te admiras de que aquellos bebés que estuvieron dentro de ti (no te explicas cómo) son ahora dos magníficos seres humanos.

Molan mis hijos.

jueves, 5 de mayo de 2011

Huérfanos de nuestros hijos


Mi hermana  (mi hermana si que mola) me ha enviado este texto. No me dice quién es el autor, pero casi lo suscribo de principio a fin, así que os lo dejo para que lo meditéis y lo reflexionéis que tiene mucha enjundia. 

Hay un período en que los padres quedamos huérfanos de nuestros hijos; en que ellos crecen independientemente de nosotros,como árboles murmurantes y pájaros imprudentes.

Crecen sin pedir permiso a la vida,con  una estridencia alegre y a veces, con alardeada arrogancia. Pero NO crecen todos los días; crecen de repente. Un día se sientan cerca de vos y con increíble naturalidad, te dicen cualquier cosa que te indica que esa criatura, hasta ayer en pañales y pasitos temblorosos e inseguros.., creció.
¿Cuándo creció que no lo percibiste?¿Dónde quedaron las fiestas infantiles, los juegos en la arena, los cumpleaños con payasos?.Crecieron en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil. 
Ahora estas ahí, en la puerta de la disco, esperando ansioso, no sólo que no crezca, sino que aparezca...Allí están muchos padres al volante, esperando que salgan zumbando sobre patines, con sus pelos largos y sueltos. Y allí están nuestros hijos, entre hamburguesas y gaseosas; en las esquinas, con el uniforme de su generación y sus incómodas mochilas a la espalda. Y aquí estamos nosotros, con el pelo cano.... Y son nuestros hijos, los que amamos a pesar de los golpes de los vientos, de las escasas cosechas de paz, de las malas noticias y las dictaduras de las horas. Ellos crecieron observando y aprendiendo con nuestros errores y nuestros aciertos; principalmente con los errores que esperamos que no repitan... 

Hay un periodo en que los padres vamos quedando huérfanos de hijos....; ya no los buscamos en las puertas de las discos y de los cines: Pasó el tiempo del piano, el fútbol,el ballet, la natación...Salieron del asiento  de atrás y pasaron al volante de sus propias vidas. Algunos, deberíamos haber ido más junto a su cama, a la noche, para oír su alma respirando conversaciones y confidencias entre las sábana de la infancia; y cuándo fueron adolescentes, a los cubrecamas de aquella habitaciones cubiertas de posters, agendas coloridas y discos ensordecedores. 

Pero crecieron sin que agotáramos con ellos todo nuestro afecto. Al principio nos acompañaban al campo, a la playa, a la piscina, y reuniones de conocidos; Navidad y Pascuas compartidas: y había peleas en el coche por la ventana, por la música... Después llegó el tiempo en que viajar lon los padres se transformó en esfuerzo y sufrimiento; no podían dejar a sus amigos y a sus primeros amores. Y quedamos los padres exiliados de lo hijos.Teníamos la soledad que siempre habíamos deseado...Y nos  llegó el momento en que sólo miramos de lejos, algunos en silencio  y esperamos que elijan bien en la búsqueda de la felicidad y conquisten el mundo de modo menos complejo posible. 

El secreto es esperar...En cualquier momento nos darán nietos. El nieto es la hora del cariño  ociosos y la picardía no ejercida en los propios hijos; por eso los abuelos son tan desmesurados y distribuyen tan incontrolable cariño. Los nietos son la última oportunidad de reeditar nuestro afecto. Por eso es necesario hacer algunas cosas adicionales,antes de que nuestros hijos crezcan.

Así es:las personas sólo aprendemos a ser hijos, después de ser padres y sólo aprendemos a ser padres, después de ser abuelos... En fin, pareciéramos que sólo aprendemos a vivir, después de que la vida nos pasó.

martes, 3 de mayo de 2011

Hijos y tecnología

Los hijos y  la tecnología tienen en común que uno ya no puede volverse atrás. 
Las primeras veces que empecé a escribir en el ordenador me arrepentía de no haber utilizado mi querida máquina de escribir, pero la vez siguiente volvía al ordenador aunque al cabo de dos horas me desesperase por no saber como alinear el texto o por qué las comillas se daban la vuelta y nunca querían cerrar el párrafo.
Con los hijos pasa un poco igual. 
Algunas veces uno recuerda aquellos tiempos en que levantarse por la mañana quería decir amanecer a las doce del medio día, o que salir por la noche era algo que se decidía en un momento, en realidad no se decidía se hacía sin más,  sin tener que movilizar a la familia cercana. 
Pero recordarlo no quiere decir querer estar ahí. 
Igual que la máquina de escribir ha quedado olvidada en algún armario, también los años  sin mis hijos han quedado atrás  y si me dieran a elegir preferiría un sólo minuto de tiempo compartido con ellos que todos aquellos años en que aún no los conocía.

lunes, 2 de mayo de 2011

Al fondo el mar.

Al fondo el mar huele, a mar. 
Te has quitado tus zapatos. Se te hundían en la arena de la playa. 
Son azules, los zapatos digo, igual que los de tu hijo. Curiosamente él, el hombre de tu vida, también lleva algo azul, sus pantalones son exactamente del mismo tono, ¿casualidad? no lo creo.
Ella, tú, le muestras la arena.
   -Mira Carlos, está húmeda.

El pequeño, Carlos (¡cualquiera lo diría!) observa la arena con curiosidad, rechazo, interés, se siente inseguro ante algo tan nuevo.
Su padre le sujeta firmemente, no le va a soltar, no le dejará caer mientras tú le das la mano animándole a tener una nueva aventura a cada segundo.
De fondo, el mar suena, a mar.
  
Mafy

Aquí dejo otro trocito de mi regalo, ya veis que el regalo de la madre ha venido muy completo.

Día de la madre

La verdad es que aunque hace ya 26 años que soy madre no he dado nunca demasiada importancia a esta fecha. Claro que me encantaban esas pequeñas manualidades que mis hijos me traían como regalo, primero de la escuela infantil y más tarde del cole. Luego Carlos se fue haciendo mayor y poco a poco me quedé sin regalos por su parte, pero estaba María que continuó con la tradición y que según se fue haciendo mayor no sólo siguió haciendo regalos sino que cada vez fueron más elaborados: una escarapela con la leyenda "a la mejor mamá", una caja totalmente artesanal para guardar mis cosas, un  texto especial...y este año ¡me ha regalado un blog!.
Bueno el regalo es común pero todos sabemos quién ha tenido la idea y quién se la ha currado. 
Y aquí me tenéis estrenando blog "maternal" ya que en las instrucciones, que eran muy precisas, se me indicaba que el blog debe tratar sobre la familia y especialmente sobre mis hijos.
Inicio la tarea con miedo porque no me siento precisamente la mejor mamá del mundo.