sábado, 18 de enero de 2014

EMIGRANTES

Han terminado las fiestas navideñas y los últimos días he podido leer varios comentarios en las redes sobre la partida de nuestros jóvenes a distintos destinos. Una partida triste en la mayoría de los casos porque no se trata de viajes de placer sino de salir a buscar empleo a perseguir un futuro que aquí se vislumbra  incierto.

Son los nuevos emigrantes sobre los que escriben y hablan sin parar periodistas, políticos, sociólogos y opinadores, en general, entre los que me encuentro. Las opiniones oscilan en los dos extremos, como casi todo lo que ocurre en nuestro país, desde la desvergüenza de los políticos que se han atrevido en algunos casos a llamarles aventureros y emprendedores, hasta los paternalistas que hablan de la juventud perdida, de la fuga de cerebros  de miles de científicos, literatos, cineastas y futuros premios Nóbel  que abandonan nuestro país  hacia el exilio.

Curiosamente este lamento por nuestros emigrantes no se ha traducido en un ápice de comprensión para los inmigrantes de otros lugares que abandonaron sus países y casas hace ya muchos años para venir aquí a lo que pensaron que era la tierra prometida. Inmigrantes a los que hemos acusado de aumentar la tasa de delincuencia, abaratar los salarios y quitar el trabajo a nuestros convecinos. Inmigrantes que en muchos casos tenían y tienen parecida cualificación  que nuestros jóvenes, esos de los que decimos que son la generación mejor formada - me pregunto cómo puede ser si tenemos el peor sistema educativo del mundo, pero esto será tema para otro día -. 

Profesores, administrativos, artistas, abogados, ingenieros, técnicos, y también obreros que dejaron atrás su familia y su vida para buscar un futuro en España y se encontraron con malos trabajos que pocas veces respondían a su cualificación real, que tuvieron que soportar la indiferencia cuando no nuestra burla y desprecio, que tienen que hacinarse en pisos y malvivir junto a sus hijos en habitaciones con derecho a cocina por las que pagan un precio excesivamente alto.
Algunos han tenido que volver a su país, se deshacen de todo, venden lo que han conseguido reunir en los últimos años para empezar de nuevo, quién sabe sin con mejor fortuna, pero al menos rodeados de los suyos.

Ahora veo a nuestros jóvenes y no tan jóvenes hacer ese mismo camino pero dirigiéndose al norte a trabajar en lo que salga, a buscar oportunidades como camareros, reponedores, dependientas, conductores, personal de limpieza. Esperando que surja la ocasión para trabajar de lo suyo, amontonados en pisos compartidos con otros emigrantes, gastando el dinero reunido con esfuerzo, compartiendo baño y cocina en pequeños apartamentos, defendiéndose con el idioma como pueden, añorando la comida de nuestro país y juntándose con otros compatriotas para festejar juntos lo que sea.

Me pregunto si les habrán puesto mote como hacemos nosotros con los que vinieron, ¿serán los "panchitos" del norte o preferirán llamarlos "sudacas" ya que proceden del sur de Europa?. Posiblemente habrán inventado algún otro nombre que será igual de ofensivo pero que sonará más "cool" . Me pregunto si la policía les pedirá los papeles cuando encuentre a un grupo reunido en la calle, si el guardia de seguridad se pondrá alerta cuando entren en las tiendas, si las señoras apretarán el bolso bajo el brazo cuando se crucen con alguno de los nuestros en una calle poco transitada, si los vecinos llamarán a la policía cuando nuestros hijos tengan alguna reunión más ruidosa de lo que allí es habitual, si en las reuniones de vecinos alguien propondrá expulsar a los españoles del apartamento del tercer piso. 

Me pregunto si esos jóvenes orgullosos y entusiastas llegarán a sentirse ciudadanos de segunda en esos lugares donde pensaron que encontrarían un futuro mejor.