jueves, 2 de agosto de 2012


PEQUEÑAS BATALLAS

Hay gente que se implica en grandes guerras y andan a la greña  luchando por conseguir metas importantes y de gran trascendencia. Lo mío sin embargo son las batallas pequeñas, esas que aparentemente a nadie importan y que por eso todos  dan por perdidas.

Normalmente tengo varias que peleo simultáneamente o según  se va presentando la ocasión. La que me lleva más esfuerzo, hasta el punto de darme por vencida a veces, es la batalla del agua.
Me explico, vivo en Madrid donde el agua del grifo goza de una calidad inmejorable y sin embargo en la mayoría de los locales de restauración han decidido por unanimidad que debemos beber agua embotellada. Pero no ocurre sólo en Madrid sino en el resto de la geografía española, desde localidades de la sierra más agreste donde disponen de un agua cristalina, hasta pueblos de la costa donde el agua es infame.  En todos sin distinción y salvando honrosas excepciones han decidido eliminar el agua del grifo y poner a disposición del cliente agua mineral embotellada tanto si te gusta como si no.

No es que yo esté muy viajada, apenas conozco algunas capitales europeas, pero creo que este fenómeno sólo se da en nuestro país y que es una muestra más del papanatismo que nos invade. Tu pides agua “natural” y en cualquier restaurante de París te traerán un recipiente con más o menos estilo, lleno de agua del grifo y lo harán con naturalidad sin mirarte con conmiseración o perdonándote la vida. Desde luego en ningún caso se negarán o te darán respuestas dignas de una película surrealista.

Digo lo de las respuestas porque en mi particular lucha por conseguir beber el agua del grifo he recibido contestaciones de lo más peregrinas. En algunos sitios no pueden ponerte lo que pides porque no tienen jarra, deduzco que las jarras son recipientes plebeyos de poco gusto que no quedan bien en los locales de moda. Si insistes consienten en traerte un vaso con lo que te obligan a repetir la jugada cada vez que lo terminas o a racionar el agua durante el tiempo que dure la comida.
En otro restaurante, el camarero que se acerca a las mesas ofreciendo generosamente agua embotellada, cuando le pido agua del grifo, me responde que no tiene. Rechazo el agua embotellada y me quedo perpleja, ¿no tienen grifo? ¿no tienen agua?, y por más que reflexiono en las posibles razones de este comportamiento sigo sin comprenderlas. No puede ser un motivo económico, en una cena en la que vas a gastarte una media de 200€ no puede importarles que no consumas una botella de agua mineral que, salvando las marcas de culto, suele ser aún barata. Tampoco puede ser un motivo estético, el agua puede servirse en botellas, jarras, vasos y dependerá de la cristalería del local el que quede más o menos vistoso el servicio de mesa.

Pudiera ser que, en determinados lugares donde se ha puesto de moda el ofrecer carta de agua igual que se ofrecía tradicionalmente la carta de vinos, quisieran potenciar el consumo de estas bebidas. Sin embargo no parece razón suficiente porque incluso en lugares de consumo tradicional de vino no se niegan a ponerte un refresco si decides disfrutar de la comida acompañándola con cola o con una tónica, que para gustos están los colores.

No voy a entrar a explicar lo que pienso de las catas de agua mineral, simplemente diré que cuando era pequeña al agua mineral se le decía “agua gorda” y su principal característica era que a diferencia de la definición de mi enciclopedia que decía que el agua era incolora, inodora e insípida, tenía sabor, era ligeramente turbia y a veces olía. En cualquier caso mi batalla no es contra el agua mineral ya que cada uno puede disfrutar con los sabores que más le plazcan  sino con el empeño de nuestros restauradores en que todos bebamos agua embotellada sea cual sea la calidad del agua del grifo o nuestros gustos personales.

Creo que me he explicado bien y para terminar os dejaré una perla que un camarero me dio en un restaurante del centro de Coruña. En una cena  al pedir agua del grifo nos respondió que no era posible porque no era potable, la verdad es que estuve torpe y me ganó la batalla en toda regla porque ni llamé con urgencia a sanidad para que cerraran inmediatamente el local ni pregunté si los centollos que comíamos en ese instante los habrían hervido con agua de vichí.

Me consuela pensar que perder alguna batalla no es decisivo para determinar el resultado  de la guerra.