sábado, 14 de mayo de 2011

Siguiendo tendencias

La mayor parte del tiempo no me gusta el "look" de mi hijo pero, como soy una madre tolerante y moderna, intento que se me note lo menos posible e incluso hago el esfuerzo de adaptarme.
El problema es que en cuanto he conseguido no sorprenderme cada vez que me encuentro con mi hijo en el pasillo con una cresta rubia,  él decide  ponerse, tatuarse, teñirse, o  perforarse y de nuevo me tengo que acostumbrar a su nueva imagen.  

La verdad es que la cosa empezó bien. Más o menos hacia los catorce años empezó a dejarse una melena larga, que me encantaba.Tuvimos que oír algunos comentarios familiares del tipo "por qué no se corta el pelo" "lo guapo que estaría con el pelo corto" pero nosotros, su padre y yo,  le defendíamos a capa y espada.
El pelo siguió creciendo y yo me sentía orgullosa de aquel pelo largo y liso que llevaba siempre limpio y cuidado.  Quedaba poco para que se iniciase  la gran transformación. 

Era el momento de mayor furor en acumular pendientes en las orejas, especialmente masculinas y aunque logramos que llegase a los 16 con sus pabellones auriculares intactos, fue cuestión de tiempo y yo que no había perforado las orejas ni siquiera de mis hijas, estaría bueno, tuve que ver como mi hijo se hacía no uno, sino unos cuantos agujeros en ambas orejas y soportar impasible que se colocara en ellas no sólo pendientes, sino imperdibles, aros de dudosa procedencia, vástagos de acero y similares.
Al mismo tiempo se cortó el pelo, se rapó, y se dejó una cresta que no puedo decidir si me gustaba menos cuando se la enjabonaba y subía un palmo por encima de su cabeza o cuando la llevaba aplastada y caía cual cola de gato por delante de su frente.
De nada sirvieron los comentarios del tipo "pero hijo con el pelo tan bonito que tenías" o "se te va a infectar ese agujero parece que la oreja está muy roja" incluso algunos más agresivos " a mi esa estética me recuerda a los nazis" . 

También la ropa fue cambiando y pasamos a una especie de uniforme que consistía básicamente en pantalón negro y camiseta negra adornada, eso sí, con mensajes ilustrativos como  "de Madrid al infierno" y lindezas similares. El calzado eran botas grandes y pesadas y todo acompañado de cinturones con bastante chatarra.

Quedaba lo mejor, los tatuajes. Recuerdo especialmente el primero que le ocupaba, le ocupa, toda la pantorrilla de su pierna izquierda. Era un dibujo geométrico y yo debí poner cara de ¿qué es esto? pero mi hijo inmediatamente me ilustró: es un dibujo maorí. Repasando mi árbol genealógico no he logrado encontrar ningún pariente neozelandés ni australiano pero es posible que tengamos con este pueblo unos lazos espirituales que yo desconozco y que mi hijo ha descubierto.

No quiero aburriros repasando la multitud  de cambios que han sucedido hasta los 26 años que tiene ahora. Nuevas perforaciones, algunas no he querido ni preguntar donde las lleva, cortes capilares variopintos, tiene uno muy bueno en que se rapa y se dibuja una tela de araña en el rapado ¡¡ increíble!! pero cierto. Más tatuajes algunos en lengua inglesa , todos muy elaborados y artísticos. 
En este momento, sin abandonar su gusto por los tatuajes, está en un periodo de transición evolucionando  hacia lo deportivo. Predominan las zapatillas, los pantalones piratas tipo ciclista y las camisetas de colores discretos, de una conocida marca deportiva.  

A veces  y a pesar de lo tolerante y moderna que soy, me encuentro pensando igual que mi madre y digo para mí " lo guapo que estaba este chico con el pelo corto". 

1 comentario:

  1. Pues es así Teresa, cuando conseguimos un grado de acercamiento en esos temas con nuestros hijos ellos suben un peldaño más y nos dejan de nuevo desfasadas, pero tenemos que mirar el interior y si ese va por buen camino el resto suele ser cosa de tiempo, y si no pues tampoco nos rasgaremos las vestiduras porque para entonces quién sabe...Besitoooooos.

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